NORMALIDAD FICTICIA
Uriel Flores Aguayo
No no somos un país normal, no podemos serlo. Muertes todos los días en todas partes, secuestros, extorsiones, bloqueos carreteros, asaltos, miedo y violencia en las calles. Violencia e ilegalidad. Somos un país de leyes en el papel con obesos aparatos públicos dedicados a lo suyo, esto es, vida propia, interna y de auto consumo. El principal problema de México es la violencia, de todo tipo: de la delincuencia organizada (eufemismo), de los cárteles, la común, la intrafamiliar, la juvenil, la deportiva y la callejera.
No podemos considerarnos un país normal, una sociedad normal y gobiernos normales estando rodeados de sangre; compartiendo espacio con todo tipo de delincuencia. Fingir, pretextar y omitir los hechos constantes de violencia es un acto irresponsable que hace de los gobiernos ser parte del problema y no de la solución.
Dejar hacer y dejar pasar es el equivalente del “abrazos y no balazos”. Es no ocuparse de la tarea esencial del Estado: garantizar seguridad a la ciudadanía. Sin seguridad no hay economía ni progreso, tampoco desarrollo social y democrático; se impone la ley del más fuerte y la ley de la selva. Los bandidos van de las actividades delincuenciales a control parcial de la política y la economía. Cuanto eso ocurre estamos condenados a una vida miserable y extra limitada en derechos y entornos sanos.
La violencia es obvia en la convivencia social, la básica, en grado preocupante. Es evidente también en las familias, sobre todo contra la niñez y las mujeres. Negamos ser civilizados cuando permitimos los feminicidios y todo tipo de agresiones a las mujeres desde el machismo, de su poder masculino y de la fuerza física. El sometimiento de las mujeres pobres es cruel, les niega dignidad. Algo similar ocurre, en menor grado, en las zonas urbanas. Es una tarea compleja enfrentar las ofensas y ataques a las mujeres. Pero es urgente. De agenda prioritaria en los gobiernos.
Se requieren instituciones fuertes y sólidas en esa materia; hacen falta presupuestos suficientes; y espacios de protección. Seremos personas civilizadas y tendremos gobiernos útiles cuando las mujeres no sean víctimas de violencia; y si lo son, que tengan el respaldo y la protección institucional.
No tienen sentido las alharacas partidistas, los feminismos partidistas, los programas asistenciales respectivos, las formalidades gubernamentales ni el discurso hueco ante la terrible y vergonzosa situación de las mujeres víctimas de la delincuencia y el machismo.
Con nueva o vieja estrategia lo que debe hacerse es aplicar las leyes y combatir ineludiblemente a la violencia. Los violentos ganan si la ciudadanía tiene miedo y si los gobiernos se tapan los ojos para no ver la realidad y, en otros casos, ser cómplices.