Opinión

¡TODO HABÍA FALLADO!

UNO MENOS

Salvador Farfán Infante

Querido hermano:

Perdona que distraiga tu atención y que te suplique la limosna de CINCO MINUTOS, pero en los últimos años he aprendido que la mejor manera de mantener y acrecentar mi sobriedad es compartiéndola con otros, y es ése el motivo que me impulsa a formar estas líneas.

Durante veinte años yo estuve aliado a la botella. A un principio posiblemente como bebedor social, usando el trago de vez en cuando, o cuando la ocasión lo ameritaba. Más tarde como bebedor fuerte, con más frecuencia y más intensidad, abusando de mi indiscutible capacidad asimilativa.

No tenía problemas con el alcohol. Pero… un día, no sé cuándo ni porqué, cruce esa línea invisible que separa al bebedor normal (social o fuerte), del bebedor problema o alcohólico. Y, aunque yo me negaba a reconocerlo, empezaron a surgir problemas, en lo económico, en lo físico, en lo moral, en mi capacidad para trabajar, en mis relaciones de familia, en mi convivir con la sociedad, en mis responsabilidades, en mis valores espirituales.

Pero yo, torpemente, en ese ego inflado que caracteriza a los alcohólicos como yo y que los hace vivir en un mundo de egocentrismo, seguí creyendo que era el bebedor social, elegante y genial. Todo el mundo se daba cuenta de lo “cuesta abajo” que yo iba, todo el mundo… menos yo. Yo no me daba cuenta de que estaba bebiendo COMPULSIVAMENTE.

Una obsesión mental y una cumpulsión física me empujaban a seguir bebiendo. Yo, que durante una prolongada época de mi vida de borracho no concebía beber solo, ya estaba bebiendo solo, sin más compañía que un apremio superior a mis fuerzas…

Yo, que durante mis muchos años de bebedor no concebía beber por la mañana, ya estaba bebiendo al despuntar el alba. Pero yo seguía creyéndome el bebedor social y simpático, y pregonando que el día que yo tuviese problemas con la botella pondría en juego mi gran fuerza de voluntad.

¡Y el diablo con la copa! Y llegó ese momento. Fue una madrugada, como a las cuatro, en mi hogar. Me sorprendí en el comedor, tembloroso y con los nervios destrozados, buscando la botella para tomarme un trago… ¡Un trago que me exigía el cuerpo! ¡Me lo serví… y me lo tomé! Inmediatamente surgió algo que yo llamé “casualidad”, pero que hoy llamo DIOS.

Fue un momento de lucidez, como un rayo de claridad mental, que me permitió re-

conocer que aquello no era normal. Que no era normal que un hombre como yo, que desde chico he sido un defensor incansable de la libertad, se viera esclavo de una botella de ron. Reconocí que “algo malo”- había en mi relación con la botella, y decidí poner en juego mi fuerza de voluntad, en la cual creía yo como cree el tahúr en el as de espadas escondido en la manga del saco, y el cual, en hábil escamoteo, surge para salvar la situación; como cree el entrenador de un equipo de fútbol en su ‘*jugador estrella, que aguarda en la banca su indicación para entrar a la cancha y buscar el triunfo.

Salí temprano, en la mañana, con la banderita y el himno de mi “fuerza de voluntad”, cantándome el estribillo de: “¿Una botella dominarme a mí?”… ¿A mí?… ¡Bah! Para eso está mi gran fuerza de voluntad. ¡Se acabó! ¡No bebo más!… ¡No bebo más en mí vida!

Había caminado cuatro cuadras, cuando vi una de las cantinas que yo solía frecuentar, pero no renuncié a mi firme resolución de NO BEBER MÁS: sencillamente, hice una pequeña enmienda a esa resolución y me dije:

“Me voy a tomar una… para los nervios… y ya está… ¡Y me la tomé!

Solamente Dios y yo sabemos lo que sufrí en los ocho meses que siguieron a ese

trago “pa los nervios”. Al verme impotente para luchar contra el alcohol, perdí todo

fuente de fe, de ambición, de esperanza… y seguí bebiendo porque ya no podía parar; considerándome el más infeliz, el más vicioso y el más degenerado de los hombres: con un temor a todo y a nada, y utilizando esa forma lenta de suicidio a que recurren los que no tienen el valor de cortarse las venas o pegarse un tiro.

Y llegué a la antesala del manicomio… ¡Al delirium tremens!

¡Todo había fallado! La Medicina… La Religión… Los sufrimientos de mi madre; las lágrimas de mi esposa: las miradas tan significativas de mis hijos; los consejos de mis amigos; las advertencias de mis jefes… y mi tan traída y llevado fuerza de voluntad.

¡Estaba derrotado!… Fulminantemente derrotado… e impotente en la derrota…

Fuente: Hojas Sueltas A.A.

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