LA CONCIENCIA CRÍTICA
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Agencia Reforma
Ciudad de México 21 enero 2024.- Si José Luis Martínez es «el curador de las letras mexicanas» tal y como lo nombró Gabriel Zaid, ¿qué lugar ocupa el propio Gabriel Zaid en la cultura mexicana?
Decir que es uno de nuestros grandes poetas en una generación de poetas notables (Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco, Isabel Fraire, Gerardo Deniz, José Carlos Becerra) y un ensayista excepcional (de la estirpe de Alfonso Reyes y de Octavio Paz) es decir poca cosa.
Es también un magnífico crítico literario (Tres poetas católicos y Leer poesía son muestra de ello: sus ensayos sobre Pellicer y López Velarde son de lo mejor que se ha escrito sobre estos autores) y autor de relevantes esbozos de nuestra historia cultural («Problemas de una cultura matriotera» o «Tres momentos de la cultura en México», por ejemplo).
Publicó un par de antologías heterodoxas (Ómnibus de poesía mexicana y Asamblea de poetas jóvenes de México) que todavía son recordadas y leídas. Crítico irreverente de la cultura y la literatura mexicana (Cómo leer en bicicleta) y defensor de los autores contra los abusos hacendarios («Fisco y cultura libre», en Dinero para la cultura). Es también un excelente traductor de poesía (Poemas traducidos) e investigador y compilador de la poesía indígena del norte de México y sur de los Estados Unidos.
La idea de crear un Consejo Nacional de las Artes que, entre otras funciones, becara a sus escritores más emblemáticos, mediante un jurado integrado por sus pares, nació de uno de sus ensayos («Ideas para un fondo de las artes»). Como animador de revistas culturales y suplementos culturales (La Cultura en México, Plural, Vuelta, Contenido y Letras Libres), ha sido por décadas el mayor impulsor de estrategias para fomentar la lectura y la industria del libro en nuestro país.
Si tuviera que elegir un par de palabras para englobar y definir sus múltiples tareas dentro de la literatura y la cultura mexicanas diría que esas palabras son: conciencia crítica. Crítico en su labor como poeta y crítico de nuestra tradición poética. Crítico como ensayista de temas económicos y sociales, y crítico literario, crítico de las ideas establecidas (sobre el progreso, la corrupción, la guerrilla, la revolución, los universitarios) y crítico del Estado.
Regreso a mi pregunta inicial. Si José Luis Martínez es «el curador de las letras mexicanas», Gabriel Zaid es la conciencia crítica de la cultura mexicana. Un crítico de excepción.
Gabriel Zaid comenzó su carrera literaria publicando implacables reseñas críticas de teatro en la revista estudiantil del Tecnológico de Monterrey, El borrego.
Por su ingenio, alcanzó notoriedad «su columna ‘Teatroviendo’ en la que escribía comentarios de crítica a las obras de teatro que se presentaban en Monterrey, muchas de ellas escenificadas por grupos de teatro de la universidad. Todavía no cumplía 20 años de edad y ya poseía una vasta cultura dramática suficiente para verter con tino sus argumentaciones a tal grado que muchas de las veces no dejaba títere con cabeza», escribió Juan Carlos Magallanes en la tesis El ensayo de crítica al mundo cultural en Gabriel Zaid (UANL, 2003).
Como poeta destacó pronto por sus poemas de formas estrictas y perfectas, por su humor, su religiosidad y sensualidad. Sus primeros poemas dejaban ver a un poeta de temas lúdicos, pero ceñido a las formas clásicas: un ojo puesto a la experimentación (siguiendo en esto a Gerardo Diego) y el otro a la tradición.
La conciencia crítica sobre su propia poesía lo llevó pronto a modificar sus poemas. Éstos se hicieron breves, satíricos, límpidos en su enunciación a pesar de incluir en ellos frecuentes giros coloquiales. La crítica de su propia obra lo llevó en 1979 a publicar Cuestionario, libro en el que reunió su poesía completa hasta entonces y en el que incluyó un tarjetón mediante el cual el lector podía hacerle llegar al autor cuáles poemas debieran ser suprimidos, modificados o cambiados de orden.
Nunca se había visto esto en un libro de poemas y nunca más se ha vuelto a ver. El autor invita al lector a ser coautor de su libro. Si en el Ómnibus de poesía mexicana Zaid había incluido todos los géneros de poesía (canciones, refranes, sonetos, corridos, silvas, epigramas, etcétera) en Cuestionario horizontalizó la experiencia poética: la poesía la hacemos entre todos.
Como crítico ensayó formas novedosas y sorprendentes en el paisaje sosegado y más bien solemne de nuestra cultura. En el suplemento La cultura en México, de Fernando Benítez, comenzó a publicar una serie de artículos cargados de buen humor, de sarcasmo e ironía, que más tarde reuniría en Cómo leer en bicicleta, acompañados de otros textos escritos en Vuelta.
Ridiculizó a los lectores de poesía que fingían entender poemas complejos («Este era un gato»); aplicando las ideas de Malthus llegó a la conclusión de que pronto habría más profesores norteamericanos estudiando a los escritores mexicanos que escritores mexicanos («La nueva ley de Malthus»); exhibió la descarada forma en la que Carlos Monsiváis plagió sus ideas sobre la poesía de Pellicer («En defensa de Pellicer»); expuso cómo el crítico Emmanuel Carballo por pereza intelectual presentaba como propios prólogos confeccionados casi en su totalidad con el contenido de los autores que prologaba («El arte de convertir solapas en minifaldas»); ironizaba sobre Martín Luis Guzmán, el cual en su revista, Tiempo, anunciaba sus propios libros como los más vendidos en sus propias librerías, a la par que, solapadamente, sugería que Guzmán era «el más vendido» por su connivencia con los gobiernos del PRI («¿Quién es el escritor más vendido de México?»); mostraba de forma clara cómo algunos autores, específicamente Rafael Pérez Gay, se adornaban con obras inexistentes contribuyendo a crear una cultura de credenciales falsas («Historia del bluff»); denunciaba con valor civil la forma en que Héctor Aguilar Camín formaba grupos de escritores para ofrecérselos en paquetes de apoyo al presidente Salinas de Gortari («Hacia la CTM cultural»); confrontaba a Carlos Fuentes, quien había mostrado su irrestricto apoyo a Luis Echeverría luego de la matanza de estudiantes de 1971, y le proponía que pusiera su inmensa fama al servicio de los lectores y no del poderoso en turno («Carta a Carlos Fuentes»); ponía en evidencia a Gabriel García Márquez y a Julio Cortázar, los cuales llamaban a la oposición a tomar las armas contra los militares en Argentina y Chile, pero no en contra de las dictaduras militares de Cuba y Nicaragua («La sangre de los otros»). Como en sus tiempos estudiantiles de El borrego, la crítica de Zaid era implacable, con la diferencia de que esa crítica se publicaba no en una revista estudiantil de Monterrey sino en el suplemento cultural más importante de México.
Al rondar los 35 años, Gabriel Zaid comenzó a publicar en el suplemento de Fernando Benítez originales ensayos, primero de crítica literaria y poco después de crítica de la cultura. Sobrevino 1968, año axial.
«El 16 de agosto de 1968, Daniel Cosío Villegas empezó a publicar los viernes en Excélsior, y llamó mucho la atención» (G. Zaid, prólogo a Daniel Cosío Villegas, Crítica del poder, Clío). «Puso la muestra de que la crítica razonada y respetuosa era posible y necesaria, como salida del conflicto en curso y del estancamiento político de México».
La crítica de Cosío era todo menos complaciente. Criticó en sus artículos los excesos presidenciales y también la sinrazón de los estudiantes. Ocurrió entonces la matanza de Tlatelolco sin que ello impidiera que cada viernes Cosío Villegas continuara publicando sus lúcidos y valientes artículos.
Octavio Paz renunció a la Embajada de la India. Se trasladó en 1969 a Austin, Texas, donde escribió Posdata, una crítica profunda del sistema político mexicano en la que, hacia el final del ensayo, reclama una «crítica de la pirámide en México», es decir, una crítica de la acumulación excesiva de poder.
A finales de 1971, alojada en el diario Excélsior que dirigía Julio Scherer, apareció Plural, la nueva revista de Octavio Paz. La sociedad, en voz de sus intelectuales, manifestaba una extrema inquietud. Era necesario tomar una posición frente al poder represor. Gabriel Zaid, colaborador todavía en ese momento de La cultura en México, envío un texto de una línea a Fernando Benítez, director del suplemento: «El único criminal histórico es Luis Echeverría», que Benítez se negó a publicar. Plural acogería desde entonces los artículos de Gabriel Zaid, donde animó su columna «La cinta de Moebius».
¿Por qué la cinta de Moebius? Recordará el lector: es una superficie de una sola cara que tiene la propiedad matemática de ser un objeto no orientable. Como los textos de Zaid: no tienen «doble cara», intenciones ocultas, dicen lo que dicen, son claros hasta la transparencia; y no orientables, no son textos ni de «derecha» ni de «izquierda»: son textos de crítica de la realidad.
¿Cuál era la realidad mexicana en esos años? Parafraseando a Marx la expuso Octavio Paz: «Por los aires de México corre un secreto a voces: el sistema político que desde hace más de cuarenta años nos rige, está en quiebra». Zaid se propuso entonces desde su columna de Plural desmontar a fondo el sistema, criticar no sólo sus excesos sino las causas que lo habían llevado a ese lamentable estado.
Esos artículos, y otros más en la misma línea publicados en Vuelta, años más tarde los reuniría Zaid en su libro El progreso improductivo, «uno de los libros -al decir de Enrique Krauze- fundamentales del siglo XX en México». Criticó en esos ensayos al gigantismo burocrático y fue más allá: su libro es una crítica a la oferta del progreso; una crítica radical a una de las ideas totémicas de Occidente: que todo progreso implica mejora, que el progreso terminará por bajarnos el cielo a la tierra. A fuerza de demostraciones prácticas, Zaid desnudó las razones del progreso y lo mostró en su condición de mito, uno más de los que conforman nuestra modernidad maltrecha. El libro de Zaid apuntaba una novedad en el ámbito de la crítica que se practicaba en nuestro idioma: Zaid ofrecía salidas prácticas al laberinto adonde nos había conducido el progreso.
Los ensayos de Zaid, críticos y propositivos, ponían en marcha un poderoso dispositivo irónico para buscar soluciones a añejos problemas de nuestra sociedad, como la corrupción.
Gabriel Zaid, con el ejemplo, transformó la crítica cultural que se practicaba en nuestro país. Conjugó varios elementos: valor civil para criticar el orden establecido (lo mismo ha criticado a todos los presidentes desde Díaz Ordaz hasta López Obrador, que a Octavio Paz y a Carlos Fuentes), buen humor (presentaba sus críticas como comentarios zodiacales o como anuncios en el periódico ofreciendo empleo), prosa diáfana sin rollos ideológicos o tomaduras de pelo disfrazadas de teoría crítica.
Un aspecto que distingue a Gabriel Zaid, ayer y hoy, de la totalidad de los escritores e intelectuales mexicanos: practica la autocrítica, se sabe reír de sí mismo, si le señalan un error pide disculpas y rectifica. En un medio de exaltados egos, Zaid ha escrito ensayos para hablar de sus poemas fallidos, modifica constantemente sus libros para adaptarlos a los cambios, en su durísima crítica a los universitarios lo primero que hizo fue reconocerse como universitario. Crítica contra todo (el Estado, el poder literario, las costumbres sociales) y contra todos, crítica -en primer lugar-de sí mismo.
De la autocrítica pasó Zaid a la crítica del mundo y de los otros. Crítica al prójimo y a sus formas de organizarse. La crítica del poder siempre ha conllevado algún riesgo.
Los tiranos detestan la crítica. La Ilustración la elevó a valor insustituible. La crítica de la razón le ha dado a Occidente el rostro que hoy tiene, esencialmente imperfecto.
Al equilibrio tripartito de poderes le faltaba algo, el cuarto poder, que es el poder de la crítica pública. No podemos vivir sin la crítica. Pero es incómoda. Estorbosa. Claramente aguafiestas. Julio Ruelas la dibujó como un enorme mosquito taladrando la cabeza de quien la sufre. Pocos aceptan que se ejerce la critica para hacer el mundo mejor. Ese es el papel, en política, de las oposiciones. Es también la función, aunque a veces parezca odiosa, de la crítica social, económica, literaria. Es un privilegio para la sociedad contar con un gran crítico.
El irritante Voltaire elevó como pocos el nivel de la cultura francesa. México ha dado grandes críticos. Jorge Cuesta, Alfonso Reyes, Octavio Paz, José Revueltas, Daniel Cosío Villegas, por ejemplo. Críticos de ideas, de situaciones y de hechos concretos. No somos muy dados a la critica formalizada en teoría. Se critica para cambiar.
Desde sus primeros ensayos de crítica teatral, escritos a los veinte, hasta hoy, que prepara un nuevo libro sobre cómo acabar con la pobreza, Gabriel Zaid, que está por cumplir noventa años, no ha dejado de pensar, proponer, crear soluciones para resolver problemas que aquejan social y culturalmente a la sociedad mexicana.
Su crítica no es teórica sino práctica. Su afán de leer todos los libros devino en creativas soluciones, como el reparto en efectivo y la oferta de bienes pertinentes para traducir lo recibido en materia productiva. Critica para transformar, para cambiar el estado de las cosas. Gabriel Zaid es la conciencia crítica de la cultura mexicana. ¿Criticar para qué? Para hacer más habitable el mundo.