Cultura

LA EXPERIENCIA DE VER UN ECLIPSE ES IGUAL EN UNA ZONA ARQUEOLÓGICA QUE EN UNA PLAZA PÚBLICA

• La ENES Mérida de la UNAM, como parte del Comité Nacional de Eclipses México, instalará diversas sedes de observación el 14 de octubre próximo, donde la gente podrá ver el fenómeno y disfrutará de un festival de arte, ciencia y cultura

No falla —señala Daniela Tarhuni, jefa del Departamento de Divulgación de la Ciencia de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES) Mérida de la UNAM—, cada que en México hay un evento astronómico importante sus zonas arqueológicas se abarrotan con gente que, uniformada de blanco o con penachos en la cabeza y ayoyotes en los tobillos, buscan los objetivos más variopintos: cargarse de energía, conectar con cierta herencia ancestral o realizar rituales new age.

“Eso pasará en Chichén Itzá, Uxmal, Ek Balam y otros centros ceremoniales el 14 de octubre, cuando los cielos de Yucatán, Campeche y Quintana Roo sean el espacio idóneo para ver el próximo eclipse anular de Sol”.

Según datos del INAH, tan sólo en Teotihuacan, durante los equinoccios de primavera se han registrado afluencias hasta un mil por ciento mayores a las recibidas en un “día pico” normal. Ello pone en riesgo nuestro patrimonio precolombino porque —como señalan expertos de ese Instituto— “la alta concentración de visitantes en fechas tan particulares aumenta los niveles de vulnerabilidad física y funcional de las zonas arqueológicas, así como la probabilidad de que ocurran acontecimientos capaces de dañar los bienes prehispánicos y de comprometer la seguridad de las personas”.

Si eso ocurre cada 21 de marzo con el equinoccio, ¿qué pasará con un fenómeno más espectacular e inusual como el de la Luna ocultando al Sol?, pregunta Daniela Tarhuni. Anticipando que este será un evento que convocará a multitudes, la ENES Mérida, como parte del Comité Nacional de Eclipses México (integrado por una veintena de entidades), ha preparado una serie de actividades a realizarse en diferentes plazas públicas de Yucatán que buscan ser un festival de arte, cultura y ciencia, así como una alternativa para evitar aglomeraciones innecesarias al pie de las pirámides.

“El plan es abarcar una gran área y llegar a todos los grupos poblacionales, sin distingo, por lo que nosotros, como comité estatal, tendremos sedes de observación en el puerto de Sisal y en los municipios de Maxcanú y Tekax. En Mérida habrá programas especiales tanto en el campus de la UNAM y el Gran Museo del Mundo Maya, como en un enclave que nos interesa en particular, el Parque Ecológico Metropolitano del Sur Yumtsil, por ubicarse en una zona con muy altos índices de marginación y vulnerabilidad. Algo muy parecido ocurrirá en Campeche y Quintana Roo.

Quienes se acerquen a alguna de las carpas que se instalarán a lo largo de la península yucateca podrán armar su propio proyector, charlar con astrónomos, participar en talleres y, llegado el momento, observar el eclipse anular de Sol asesorados por expertos que explicarán, en todo momento, qué sucede en el firmamento, lo cual promete ser una vivencia diferente a la que se experimentará en los centros prehispánicos, con sus habituales masas de gente elevando las palmas al cielo o purificándose a base de escuchar percusiones y de darse baños con el humo del copal.

“Estamos en coordinación con el Centro INAH Yucatán y, si bien sabemos que muchos buscarán disfrutar del evento en zonas arqueológicas, deseamos invitar a quienes tienen pensado reunirse allí a que mejor nos acompañen y se convenzan de que, cuando se trata de un eclipse, lo importante es lo que sucede en el cielo. No importa si estás en una plaza pública o en lugar sagrado maya, el fenómeno se verá exactamente igual”.

Un eclipse para una nueva generación

Hay fechas que, de tan importantes, se rememoran hasta con desglose de segundos. Para Daniela Tarhuni una de ellas es el 11 de julio de 1991, pero no a cualquier hora, sino a la 1:24 de la tarde, pues fue cuando en el cielo de la Ciudad de México se produjo uno de los eclipses totales más largos de los que se tenga noticia (poco más de siete minutos), al que algunos diarios incluso llamaron: La noche más corta en mil años.

“Estaba por terminar la primaria y mi mamá me llevó al Museo Nacional de Antropología para verlo en colectivo. Quizá fue una suma de todo: el que nos hubieran dado ese jueves de asueto en la escuela, el ambiente festivo que había por doquier o la expectación de todos quienes esperábamos ese pequeño paréntesis de oscuridad… sin temor a equivocarme aquel día nació mi gusto por los fenómenos astronómicos y también por la ciencia”.

De aquella jornada aún conserva el filtro que le dieron para observar el evento —de marca Visorsol, montado en cartón amarillo con una impresión en rojo de un eclipse al estilo maya— y también el recuerdo de los rumores que comenzaron a correr de boca en boca, como que las embarazadas debían guardarse para evitar que su hijo naciera con labio leporino, que quienes cumplieran años justo ese día enfermarían de gravedad o que uno podía ver al Sol a través de una radiografía, de un rollo fotográfico viejo o con vidrios que uno podía ahumar con una vela en casa.

Eso me hace pensar que, si eso pasaba en tiempos donde no había apps de mensajería instantánea ni redes sociales, el riesgo de que se propague la desinformación es mayor hoy que antes, expone Daniela Tarhuni. A fin de atajar ese problema, en 2021 se constituyó el Comité Nacional de Eclipses México —del que la UNAM forma parte a través de la ENES Mérida y de los institutos de Astronomía y de Radioastronomía y Astrofísica —, el cual desde sus primeros días comenzó a capacitar a profesores de educación básica y media sobre el fenómeno y formas seguras de verlo.

A fin de recibir una formación los más completa posible, los docentes asistieron tanto a clases presenciales como a conferencias virtuales impartidas por expertos en astronomía, arqueología y cosmovisiones indígenas. “El objetivo de esto es que la gente reciba información veraz todo el tiempo y desmontar los muchos engaños que ya se empiezan a decir”.

Dan —como se hace llamar cuando conduce el podcast Ciencia Moloch— sostiene que, así como ella tuvo su eclipse hace 32 años, los de 2023 y 2024 serán los de una nueva generación, por lo que considera que el resultado de estas capacitaciones se verá en el mediano plazo. “¿Qué mejor alianza puede haber que con los profesores? Ellos son nuestro enlace con las infancias y las juventudes. En pocas palabras, son agentes del cambio”.

¿Qué hubiera pasado si, en 1991, no la hubiesen llevado a ver “la noche más corta”?, ¿se hubiera dedicado a la comunicación y a la divulgación de la ciencia? A veces Daniela Tarhuni reflexiona sobre ello y, por lo mismo, invita a niños y jóvenes a acercarse a las sedes donde se realizarán observaciones pues, como ella da testimonio, un eclipse no sólo es algo para recordar toda la vida, también puede iluminar vocaciones.

 

Fuente UNAM

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