DEMETRIO BILBATÚA: EL HOMBRE DEL CELULOIDE
Francisco Morales
Agencia Reforma
Ciudad de México 30 septiembre 2023.- A los 88 años, el cineasta Demetrio Bilbatúa muestra su filmoteca de más de mil títulos con el orgullo del deber cumplido, sonriente y elegantemente vestido, a medio camino entre un dandy y un aventurero.
En esencia es ambos: un hombre que lo mismo ha logrado riesgosas tomas desde un helicóptero -con una turbina estropeada- por encima de un volcán activo, y que se ha codeado con futbolistas, modelos y presidentes.
Si le preguntan a él, sin embargo, dirá que es un hombre del celuloide.
«El acervo mío es de lo más completo que puede haber de la segunda mitad del siglo 20», declara, sin falsas modestias, ante los estantes repletos de latas con cintas que le dan la razón.
La Filmoteca Bilbatúa, que resguarda en condiciones óptimas en sus oficinas de la colonia Del Valle, lo acreditan como un auténtico «testigo de México» -como declara el subtítulo de su libro biográfico-, ya sea por tierra, por aire o por mar.
«Yo creo que no hay un acervo en México, cinematográfico o de audiovideo, como el que yo tengo aquí preservado», reitera.
Un acervo que comenzó a gestarse a principios de los años 50, cuando era un aprendiz de cineasta con una cámara de 16 milímetros, en los albores de la televisión en el País, y que al final del siglo pasado se consumó con más de un millar de documentales bajo su nombre.
El rango de Bilbatúa pareciera abarcarlo todo: momentos de la historia política de México, olimpiadas y mundiales, las tradiciones y ritos de los pueblos indígenas, la construcción de obras monumentales de infraestructura, y entrevistas con artistas, deportistas y otros cineastas.
Un legado fílmico que está en proceso de ser completamente digitalizado, en calidad 4K, con el auspicio de la Fundación Slim y que Bilbatúa, sencillamente, quiere legar al país que lo acogió a los 10 años, llegado a México entre grandes penurias.
«Yo tuve la tragedia más grande de la vida y tuve la resiliencia para decir ‘voy a ser alguien’. En mi yo interior tenía esa pasión», expone, con la franqueza que imprime a todo lo que dice.
Su propia vida, como él mismo sabe, podría ser digna de un buen documental.
Perseguir el horizonte
Demetrio Bilbatúa nació el 17 de enero de 1935 en Vigo, España, en una familia dueña de un taller de fotografía y de militancia socialista.
No había cumplido ni un año de edad cuando su padre, Demetrio, y su tío, Antonino, fueron fusilados por las tropas de Francisco Franco, después de una injustificada estancia en prisión. El cadáver de su segundo tío, Luis, apareció poco después en una carretera.
«Los tres hermanos Bilbatúa mueren fusilados en la Guerra Civil, que eran hombres buenos, nobles, y que no tenían por qué haberlos matado, pero fue una guerra muy cruenta y muy dramática para la familia», relata.
Su madre, doña Sagrario, tuvo que asumir el cuidado completo de Demetrio y sus dos hermanos mayores, Ángel y Marisa, luchando contra graves carencias económicas y protegiéndolos del estigma que los perseguía ante la conservadora sociedad gallega.
«Fui un niño de la posguerra que sufrió con mucho dramatismo el insulto de los demás niños, por el bullying que me hacían; el ‘Hijo del Rojo’ me llamaban, y eso me creó una serie de prejuicios terribles, que me hicieron pensar que yo quería salir de la escuela», rememora.
Una década menor que sus dos hermanos, Demetrio se recuerda a sí mismo como un niño solitario, que se iba a caminar por las vías del tren durante horas, según dice él mismo, como persiguiendo un horizonte que no se dejaba alcanzar.
La oportunidad de hacerlo le llegaría por fin a los 10 años, cuando su tía Margarita, hermana sobreviviente de los Bilbatúa, logró hacerles llegar un salvoconducto desde Francia para escapar de la España franquista.
El destino fue México, un lugar que el niño Demetrio conocía únicamente por la película Allá en el Rancho Grande (1936), y que acabaría siendo su hogar definitivo.
«Alcancé al horizonte al llegar a este maravilloso país que me adoptó para ser mexicano, que es el día más orgulloso que he tenido en mi vida; este país me lo ha dado todo», refiere.
Le dio tanto, asegura, que por ello se prepara para dejarle todo su acervo, como una retribución cariñosa.
La gramática del cine
El primer empleo de Demetrio Bilbatúa en el país, como un muchacho de 16 años, fue de repartidor de medicinas en bicicleta, quizá la manera ideal para aprender a moverse por la entrañable, pero caótica, Ciudad de México.
Sin embargo, esta forma modesta y honrada de ayudar en casa no tardaría en ser sustituida por el que, pareciera ser, es el destino de un Bilbatúa: estar detrás de una cámara.
Cuando el trabajo de su hermano Ángel, quien era dependiente de una tienda de equipo cinematográfico, le dio una oportunidad para medirse como camarógrafo, el «benjamín» de la familia no tardó en ser reclutado para ayudar a su hermano mayor.
Ángel, quien consiguió su primer trabajo, de manera casi fortuita, para grabar una entrevista del influyente -y polémico- periodista Carlos Denegri, consiguió que él y su hermano se incorporaran posteriormente como camarógrafos freelance para el programa Ruleta Social, de la periodista Margarita Ponce.
Esta incursión en el periodismo de sociales comenzó a cimentar el oficio de ambos con la cámara de 16 milímetros, hasta que, en 1955, consiguieron la fama y el equipo suficiente para firmar su independencia: Servicios Fílmicos Hermanos Bilbatúa, con un despacho en la bulliciosa Avenida Juárez.
Para Demetrio Bilbatúa, dos de sus trabajos televisivos fundamentales fueron el programa Metrópolis, donde hacía reportajes a profundidad junto al periodista y escritor Luis Spota, y Cine al Día, del Telesistema Mexicano, que diariamente se transmitía por Canal 4.
Para este último, el más joven de los Bilbatúa recorría cotidianamente los estudios Churubusco, Azteca Clasa, Tepeyac y San Ángel, para buscar entrevistas con los protagonistas de la época dorada del cine mexicano.
Su contacto con grandes nombres como Gabriel Figueroa, Luis Buñuel, Emilio Fernández y muchos otros, lo llevaron a emprender la búsqueda de su propio lenguaje cinematográfico.
«Yo empecé con el blanco y negro, y a mí me apasionó tanto que me puse a estudiar hasta que llegó la posibilidad de revelar mis propias películas, entonces yo tenía una reveladora de pulso y mi 16 milímetros que llevaba a la televisión.
«Lo revelaba yo mismo; yo veía la intensidad, el grado, la latitud de la película y manejaba los químicos: el sulfito, la hidroquinona y el bórax», dice de memoria.
Luego encontró su lugar en el cuarto de edición.
«Es como en la gramática. Es decir, la gramática tiene mucho paralelismo con la edición cinematográfica: tú, en la edición cinematográfica, ves un plano general, un primer plano y vas conjugando el verbo.
«La oración gramatical la conjugas al editar un plano y no necesitas de la palabra. Yo cada vez prescindía más de las palabras», ilustra.
Con el tiempo, cada uno de los hermanos Bilbatúa pasó a la cámara de 35 milímetros, pero Ángel se dedicó al largometraje y Demetrio, al documental.
Testigo de México
Todavía durante su época de colaboración estrecha -que únicamente cesó por cuestión de intereses, pues ambos hermanos se apoyaron siempre- Demetrio y Ángel Bilbatúa fungieron como camarógrafos para los presidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.
La intensa agenda de ambos mandatarios terminó por dotar a los transterrados españoles de un inmenso conocimiento del territorio nacional y también de algunas oportunidades en el extranjero, como en la gira histórica de López Mateos por Europa.
«Conocí el país ‘de la A la Z’, es decir, no hay un rincón, de verdad te lo digo, en donde no haya estado yo de México, y eso me hizo enamorarme de este maravilloso país, de las tradiciones de este país, de las bellezas naturales de este país, y me he vuelto un hombre apasionado por México», explica el cineasta.
Otras experiencias, no obstante, resultaron éticamente complicadas para Bilbatúa, como el año de 1968.
«Yo filmaba las marchas desde el Poli, desde la Universidad; yo, como hombre de izquierda, que me siento de izquierda», responde.
Manteniendo su papel como documentalistas, los hermanos Bilbatúa jamás apagaron las cámaras o voltearon para otro lado. Ángel incluso grabó desde el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores la masacre del 2 de octubre, tanto como las complicadas condiciones materiales se lo permitieron.
Todo ese material, sin embargo, les fue retirado irrevocablemente a ambos.
Todo lo vivido como camarógrafo de la presidencia terminó por formar a Demetrio Bilbatúa como un cineasta completo, primero asociado con el periodista Agustín Barrios Gómez y luego de manera independiente.
Un legado para el País
Se trate de una crónica sobre las tradiciones del pueblo huichol, de un recuento de la construcción de una presa o de una plataforma petrolera, de un vuelo de águila sobre una barranca, cascada o volcán, o de su icónico documental sobre el Mundial de México en 1970, el acervo de Demetrio Bilbatúa es de una riqueza innegable.
Tras intentar, sin una respuesta favorable, que el Estado Mexicano apoyara con su digitalización, ahora el cineasta lo puso en manos de la Fundación Slim, que ha costeado todo el proceso.
Con un 70 por ciento de su obra ya en 4K, Bilbatúa se alista para dejar todo su legado al País que lo recibió de niño.
Todo su cuantioso equipo fílmico también está siendo donado a la sala sobre su obra en el Museo Soumaya de Plaza Loreto y a la Universidad Autónoma de Occidente, que le otorgó un doctorado Honoris Causa y también le dedicará una sala permanente de exposiciones.
Es, también, un testimonio invaluable de una época ida.
«Yo vengo, de origen, del celuloide. Y veo con tristeza que el celuloide se acabó, que ya en los cines no se proyecta película de celuloide, ya todo es digital», dice con nostalgia.
Sin embargo, su empeño en la restauración de su obra en calidad 4K demuestra que, como lo hizo desde que tomó la cámara de 16 milímetros, nunca va dejar que la tecnología lo apabulle.
«La transición del cine tradicional al cine digital me ha tocado vivirla y es una experiencia inolvidable para mí», explica.
Si acaso, lo único que le da genuina envidia es la cinematografía con drones, no sólo por lo que puede lograrse técnicamente, sino porque le habría ahorrado más de un buen susto y varios roces con la muerte.
«Pero la vida es la vida y así son las circunstancias», dice Bilbatúa, sonriente y elegante, entre dandy y aventurero.
Las circunstancias de su vida tras la cámara han sido, sin duda, extraordinarias.